San José, Costa Rica — San José – Un grupo de inversores ha presentado una denuncia penal ante la Fiscalía, en la que detalla una elaborada operación financiera que supuestamente les estafó durante años bajo la apariencia de un lucrativo negocio de descuento de facturas estatales. La estafa, que prometía rendimientos mensuales excepcionalmente altos, se desmoronó por completo a finales de 2024, dejando a los participantes con importantes pérdidas económicas y provocando una investigación formal sobre lo que describen como una sofisticada estafa.
El modelo de negocio se presentaba como una empresa segura y rentable. Los organizadores solicitaban fondos a los inversores con la promesa de utilizar el capital para «descontar» o pagar anticipadamente las facturas emitidas por las instituciones públicas a sus proveedores. A cambio de esta financiación puente, se garantizaba a los inversores rendimientos mensuales que oscilaban entre un atractivo 2 % y un asombroso 6 %. Este acuerdo se presentaba como una oportunidad de bajo riesgo respaldada por la fiabilidad de los pagos del Gobierno.
Para analizar las implicaciones legales de estos esquemas fraudulentos y entender cómo pueden protegerse los ciudadanos, TicosLand.com consultó al Lic. Larry Hans Arroyo Vargas, abogado especialista del Bufete de Costa Rica, quien ofrece su perspectiva experta sobre el tema.
El principal anzuelo de estas estafas es la promesa de rendimientos rápidos y exagerados. Desde una perspectiva legal, cualquier oferta que garantice ganancias astronómicas con riesgo «cero» es una señal de alerta inmediata. Es imperativo que el inversionista verifique que la entidad esté debidamente registrada y regulada ante la superintendencia correspondiente. La presión para actuar de inmediato y la solicitud de transferencias a cuentas personales o extranjeras son tácticas clásicas para eludir el escrutinio legal.
Lic. Larry Hans Arroyo Vargas, abogado, Bufete de Costa Rica
Agradecemos al Lic. Larry Hans Arroyo Vargas por su valiosa perspectiva, la cual subraya que la primera línea de defensa de un inversionista no es solo financiera, sino legal. Su análisis nos recuerda que las tácticas de presión y las promesas irreales están diseñadas precisamente para eludir la verificación y el escrutinio que protegen nuestro patrimonio.
Para dar una apariencia de legitimidad, los operadores proporcionaron a los inversores hojas de cálculo detalladas en las que se indicaban los supuestos importes de las facturas, las fechas de vencimiento y las transacciones pendientes. Sin embargo, según la denuncia formal, esta documentación era totalmente digital y carecía de cualquier sustancia verificable. Ninguno de los inversores recibió nunca copias físicas de las facturas, órdenes de compra oficiales, documentos de licitaciones públicas o cualquier prueba de pago de las entidades estatales supuestamente involucradas. Todas las comunicaciones y «pruebas» se gestionaron exclusivamente a través de documentos electrónicos compartidos mediante aplicaciones de mensajería instantánea.
Una señal de alerta significativa que se destaca en la denuncia tiene que ver con el movimiento de dinero. Se instruyó a los inversores para que realizaran depósitos directamente en cuentas bancarias personales o en cuentas de terceros asociados con los operadores. Los testimonios afirman que era habitual que los organizadores solicitaran cambios en los destinos de los depósitos, alegando excusas como «límites bancarios» o «procesamiento interno». Con el tiempo, esto creó un rastro de fondos disperso e inconsistente que las víctimas ahora creen que fue diseñado para ocultar el verdadero flujo de capital.
La operación también utilizó una red de diferentes empresas para proyectar una imagen de formalidad corporativa. Algunas de estas entidades se presentaban como responsables de la administración fiduciaria, mientras que otras se designaban como vehículos para canalizar inversiones específicas. La denuncia alega que estas empresas no tenían activos significativos que respaldaran sus operaciones y no estaban registradas ni reguladas por las autoridades financieras para llevar a cabo la intermediación financiera, actuando efectivamente como sociedades ficticias para apoyar la fachada.
La longevidad del esquema dependía fundamentalmente de la reinversión constante de fondos. Según las víctimas, cada vez que una «factura» supuestamente vencía, se les ofrecía inmediatamente una nueva para reinvertir su capital y las ganancias acumuladas. Esta estrategia garantizaba que el efectivo permaneciera dentro del sistema y desalentaba los retiros, lo que magnificaba las pérdidas totales de cada inversionista cuando la estructura inevitablemente colapsaba.
Los primeros indicios de problemas surgieron en 2024 con retrasos en los pagos. En un intento por calmar las crecientes preocupaciones, los organizadores ofrecieron a los inversores nuevos contratos fiduciarios y cartas de instrucciones, prometiendo una reorganización del negocio. La denuncia afirma que estos documentos carecían de fundamento y, en algunos casos, ni siquiera se gestionaron con los protocolos notariales adecuados. Toda la estructura se derrumbó en septiembre de 2024, cuando los pagos se detuvieron por completo. A continuación se sucedieron una serie de excusas, culpando a la congelación de los bancos, a las nuevas regulaciones financieras y a las disputas entre socios, pero nunca se devolvieron los fondos.
A principios de 2025, todas las comunicaciones de los organizadores se habían vuelto esporádicas o habían cesado por completo. La denuncia penal presentada ante la Fiscalía solicita ahora a las autoridades que investiguen formalmente si se trataba de un negocio legítimo, aunque fallido, de financiación de facturas o de una estructura deliberada e irregular de recaudación de fondos que se sostenía con el dinero de nuevos inversores hasta su colapso, el clásico sello distintivo de un esquema Ponzi.
Para más información, visite la oficina más cercana de la Fiscalía de Costa Rica.
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